Aya Huma como demonio
Desde la época colonial, el Aya-Huma fue reinterpretado y demonizado bajo la influencia de la evangelización cristiana. El nombre Aya significa espíritu, alma o incluso cadáver, mientras que Huma se traduce como cabeza, lider o guía. Para los pueblos indígenas andinos, el Aya-Huma siempre fue un ser protector y poderoso, vinculado a la naturaleza y a las energías ancestrales. Sin embargo, esta visión fue desvirtuada cuando la iglesia católica, en su afán por controlar las creencias indígenas, lo identificó con la traducción de Supay (el espíritu humano que no logra llegar al mundo de los muertos se queda en este mundo presente provocando algunos fenómenos que afectan a los humanos como las almas en pena), la figura del diablo en la tradición cristiana.
La demonización del Aya-Huma no fue accidental. La iglesia veía en las ceremonias andinas un desafío al orden cristiano, y muchas de las figuras rituales fueron catalogadas como peligrosas o diabólicas. En este proceso, el Aya-Huma pasó a ser percibido como un ser malévolo, asociado con el caos y las fuerzas oscuras. Esta transformación simbólica fue reforzada a través de sermones, relatos y representaciones que buscaban alejar a las comunidades de sus antiguas tradiciones.
No obstante, la visión indígena del Aya-Huma era muy distinta. Aunque la iglesia insistía en identificarlo como el «Diablo-Huma» (cabeza del diablo), para los pueblos andinos seguía siendo una entidad protectora y sabia, capaz de transitar entre el mundo de los vivos y el de los espíritus. Esta dualidad, de ser percibido como demonio por unos y como guía espiritual por otros, refleja el choque cultural entre la cosmovisión indigena andina y la influencia occidental por parte de los españoles.
El aspecto temible del Aya-Huma también está vinculado a su comportamiento rebelde durante las celebraciones. Su carácter burlón, su hábito de entrar a las casas sin permiso, robar alimentos y jugar con los participantes del ritual reforzaban la percepción de peligro para quienes desconocían su significado ritual. Este comportamiento fue interpretado por los colonizadores como un acto de desafío, un símbolo de desobediencia y resistencia que debía ser controlado y castigado.
Con el paso del tiempo, el Aya-Huma dejó de ser visto solo como un demonio y comenzó a adquirir un significado más complejo. Aunque para algunos conservaba esa asociación con lo diabólico, para muchos indígenas y mestizos se convirtió en un símbolo de identidad cultural y resistencia. El uso del término «Diablo-Huma» se mantuvo, pero poco a poco perdió su carga negativa y se tomó como una figura ligada a la memoria histórica y a las raíces ancestrales.
Estatua del Aya Huma en la Casa de la Cultura en Ibarra

Quién es el Aya Huma para los indígenas ecuatorianos
Está asociado con el movimiento del sol, el Aya-Huma es la figura principal de los rituales relacionados con las fiestas de San Pedro del INTI RAYMI y el elemento principal del ritual de los indígenas Kayambi. Varios rasgos lo acercan a Cuniraya, del cuarto Viracocha, bromista y rebelde, descrito por Molinié, lo que tiene que ver con el Aya Huma.
La palabra es el lenguaje del espíritu humano, a través de los sonidos y el silencio es el lenguaje del espíritu de la naturaleza, la divinidad y los ancestros a través de los gestos y la pantomima. El ser excepcional que representa este lenguaje es el Aya Uma.
Durante los rituales, el Aya-Huma interactúa con otras entidades, y su papel es guiar y proteger a quienes lo acompañan hasta el final del ritual. Durante el recorrido, roba la comida que encuentra al paso y entra en las casas sin pedir permiso. El carácter rebelde y burlón del Aya-Huma se manifiesta frente al grupo que lo acompaña.
En las comunidades vecinas de Cayambe se dice que Aya significa energía, fuerza, pero también espíritu y cadáver. Aya sería la energía presente en todos los espacios de la Pacha Mama. Por otro lado, Huma significa cabeza, la parte más elevada de energía, poder y fuerza.
La máscara del Aya-Huma es una expresión creativa, un objeto tangible de una realidad que tiene un rol esencial en la acción ritual, además de marcar todos los elementos constitutivos del espacio ceremonial.
El movimiento “renovador” que caracteriza el recorrido del Aya-Huma durante la fiesta de San Pedro comienza en una cascada (Pagcha), donde el Aya-Huma puede impregnarse de la energía de sus ancestros. Durante su recorrido ritual, el Aya-Huma reconstituye las fronteras espaciales y temporales de la comunidad, dotándolas de energía ancestral a través del acto ritual, dándoles un carácter “sagrado”.
El Aya-Huma representa una síntesis de la historia del imaginario Kayambi. Los Kayambi lo consideran uno de los símbolos más representativos de su identidad. Sin embargo, su presencia ya no se limita a los rituales y fiestas. Su nombre está ahora asociado a grupos de música, asociaciones, y su figura ha tomado una nueva dimensión dentro de la sociedad.
Vestimenta del Aya Huma
La vestimenta del Aya-Huma es rica en simbolismo y está cargada de significados ancestrales. Uno de los elementos más característicos es la máscara de doble rostro, que simboliza la dualidad del tiempo:
Una cara mira al pasado, hacia los ancestros, mientras que la otra observa el presente, conectando ambas realidades. Esta máscara es elaborada a mano, generalmente con tela o lana, y está decorada con vivos colores que representan distintos aspectos de la naturaleza y la vida ritual.
Máscara del Diablo Huma y su significado

La máscara del Aya Uma tiene una profunda carga simbólica. Sus ojos redondos representan el misterio de la sabiduría natural y su lengua colgante simboliza el lenguaje de la Pachamama, los ancestros y las divinidades que solo los runa iniciados pueden interpretar mediante gestos y señales, ya que el Aya Uma no habla. Los colores intensos de la máscara reflejan la diversidad, la vida y la abundancia de la naturaleza, mientras los tubos de tela representan el ciclo agro-astronómico anual: si hay 12 tubos, simbolizan los 12 meses solares; si son 13, representan las 13 lunas del calendario lunar.
La máscara tiene dos caras, una adelante y otra atrás, que simbolizan el pasado y el futuro unidos en el presente. Esta doble mirada invita a los pueblos a recordar que el futuro está escrito en el pasado, siguiendo el ciclo natural de cambio y transformación (Pachakutin). Sus narices y orejas forman una cruz que señala las cuatro direcciones del mundo, conectando el mundo de arriba (Hawa Pacha), el mundo de abajo (Uku Pacha), el presente (Kay Pacha) y el mundo de los ancestros (Chayshuk Pacha), mostrando la coexistencia y equilibrio entre humanos, naturaleza, ancestros y divinidades.
Los colores simbolizan las cuatro estaciones o tiempos agrícolas:
Azul para la siembra, el inicio del ciclo de la vida.
Verde para el florecimiento, que representa el crecimiento y la esperanza.
Amarillo para la maduración, asociado con la abundancia y la plenitud.
Rojo para el descanso de la tierra, que marca el cierre del ciclo agrícola y la renovación.
Además, en algunas comunidades, la máscara representa el arco iris, que es visto como una escalera por la que descienden las divinidades durante la transición entre el sol y la lluvia. Este detalle enfatiza el papel del Aya-Huma como puente entre lo terrenal y lo divino.
El traje del Aya-Huma incluye un zamarro hecho de piel de chivo, que simboliza la conexión con las fuerzas de la naturaleza y la energía de la Pacha Mama. Lleva también una camisa blanca, símbolo de pureza y renovación espiritual, y una bolsa de tela o alforja (linchi), donde guarda los alimentos, frutas y bebidas que roba o recibe durante su recorrido. Esta bolsa tiene un significado especial, ya que se considera una extensión del ritual: los objetos que guarda en ella son ofrendas que acumulan energía durante la celebración.
Otro elemento importante es el látigo o acial, que utiliza para abrir camino, guiar al grupo y mantener el orden durante el baile. Este látigo no es una simple herramienta, sino un símbolo de autoridad y protección. Con él, el Aya-Huma aleja las malas energías y asegura que el ritual se desarrolle de manera adecuada.
Durante el recorrido ritual, el Aya-Huma también toca el rondador, una flauta de caña típica de la región andina, cuya melodía acompaña el baile y guía a los participantes. Aunque nunca habla, el Aya-Huma se comunica a través de gestos y sonidos guturales, manteniendo así el misterio que lo rodea.
Viste una chaqueta desgastada, llena de remiendos y zurcidos, que simboliza un mensaje profundo para los runas: la necesidad de vivir el presente con intensidad y consciencia, aceptando las dificultades y los golpes de la vida como parte del crecimiento espiritual. Al mismo tiempo, esta apariencia de «pobreza» representa el despojo y las secuelas del colonialismo europeo, un recuerdo constante de la resistencia y lucha que persiste hasta nuestros días.