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Leyenda de Tungurahua | El cazador de fragancias

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Don Tenorio, era un caballero, que buscaba ser reconocido por ser un gran conquistador de doncellas. Algo parecido, al clásico español “Don Juan Tenorio”  de la obra del español José Zorrilla.  En San Miguelito, en Tungurahua, este personaje, se convirtió en el cazador de fragancias, es decir, el seductor de mujeres.

Su empeño, en demostrar sus habilidades de galán, le llevó a buscar a una de las hijas de María. Estas jovencitas, eran conocidas por dedicar gran parte de su tiempo, a la oración y a actividades de la iglesia.

Es hora de cazar una nueva fragancia para su colección

La joven elegida, por Don Tenorio, llegaba al amanecer a la iglesia, se cubría con una chalina negra, su cara estaba cubierta por un delicado velo, que dejaba ver su larga cabellera. Con gran paciencia, el cazador, esperó a que la jovencita salga de la iglesia, para iniciar sus cortejos.

Se acercó con sutileza y alabó su gran belleza y su noble oficio, pero ella no aceptó sus elogios. Sin embargo, él no desistió, al contrario, se dedicó con más empeño a conseguir la presa que había escogido. Hizo gala de sus mejores piropos, insistió, rogó y suplicó. Al final la joven aceptó sus proposiciones.

El esperado encuentro se daría al atardecer, entre las primeras sombras de la noche, en una casa abandonada que la jovencita conocía.

A la hora señalada, los jóvenes llegaron al lugar, acordado, la luna como cómplice de la aventura, iluminó el camino hasta aquella casa apartada.

La noche era bella, pero muy fría, los árboles crujían con el viento que soplaba helado. Don Tenorio, estrechó la delgadísima mano de la muchacha, al abrir la puerta de la habitación, le pareció que ella estaba cada vez más helada. Pero, la emoción del joven, impidió que reflexionara, sobre lo que estaba sucediendo.

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El cuarto estaba levemente iluminado por siete velas que dibujaban las sombras de los jóvenes en las paredes de tierra. Al cerrarse la puerta, la suave luz se esfumó, Don Tenorio llamó con dulzura a su amada. Pero sus palabras se quedaron abandonadas, flotando en el aire, nadie respondió. Con sus manos intentó localizar a la joven al no encontrarla busco las velas o las cerillas. Pero solo sintió tierra entre sus dedos, en el piso y en las paredes.

La desesperación invadió el alma de Don Tenorio, sus gritos eran desgarradores y trataba de encontrar la puerta, pero estaba rodeado de tierra húmeda. Habían pasado tres días ya, la garganta del joven aventurero, estaba totalmente desgarrada, sus dedos lastimados sangraban, pero no había perdido la esperanza. Sus gritos, eran solo leves quejidos.

Una segunda oportunidad para Don Tenorio

Ese día, para fortuna de Don Tenorio, el sepulturero, llegó más temprano, cuando había aún mucho silencio y logró escuchar los lamentos que salían de una de las tumbas.

Con gran velocidad, el buen hombre, fue a la casa del teniente político, dos hombres le acompañaron con palas y picos. Muchos curiosos escucharon la noticia y llegó al cementerio medio pueblo, para ver que iba a pasar. Los hombres con las palas retiraron la tierra de la tumba, en la profunda fosa se pudo ver la cabeza del joven cazador de fragancias.  Cuando salió, lo primero que hizo fue pedir perdón de rodillas a los pobladores de San miguelito, completamente arrepentido, por haber sido el conquistador de las doncellas del pueblo.