Había, en los tiempos de la colonia dos franciscanos que salían en las noches al barrio de San Roque a cantar pasillos. Los vecinos que los escuchaban creían que se trataba de almas en pena porque, las virtuosas solteronas de la zona decían haber visto a los cantores rodeados de llamas.
Después de varios días de serenatas y canciones, un grupo de jóvenes del barrio, celosos porque las muchachas andaban locas por el canto maravilloso de los monjes, resolvieron atrapar a los cantores a quienes lograr detener en la esquina de la calle San Buenaventura y la calle de la Muralla de San Francisco (actualmente calles Bolívar e Imbabura respectivamente) luego de varios intentos fallidos.