La leyenda quiteña de El Fantasma del Molino del río Machángara, es una historia sobre un alma en pena que pudo enmendar sus equivocaciones.
Hace más de 100 años, en la ciudad de Quito, se construyeron los molinos «El Censo«,a orillas del río Machángara. En esa época, el río era limpio y tenía variedades típicas de peces de la sierra. Hoy en día tanto el molino como el río han sido devastados por la contaminación y por el tiempo.
Sin embargo, podemos viajar a aquellos días e imaginar el canto de las aguas del río. Mucha gente se reunía a sus orillas, para pescar, para disfrutar de la naturaleza y también para lavar.
Las lavanderas del Machángara.
Muy conocidas eran en la ciudad las mujeres que lavaban la ropa en el río capitalino. Ellas sabían las últimas novedades, sobre los vecinos de la ciudad. Conocían direcciones de tiendas, almacenes, panaderías, etc. Pero sobre todo, sabían las mejores historias de almas en pena, de toda la ciudad.
Así pues, una de ellas, inició una historia que había escuchado directamente de su abuelita, quien a su vez, había vivido en los tiempos en que esto sucedió. Lucrecia León, la susodicha lavandera, empezó su relato. Las otras lavanderas, dejaron de hablar para poder escuchar. Los muchachos que estaban jugando, se acercaron con disimulo. Hasta parecía que el río hacía silencio para escuchar la leyenda quiteña.
El primer molino de la ciudad, era un símbolo del progreso de los capitalinos. A la vez era una gran fuente de ingreso para su propietaria. La mujer con el tiempo se hizo millonaria y guardaba su dinero en un lugar secreto. Después de muchos años, la señora murió, peo no pudo confesarse y tampoco reveló el misterio del dinero escondido.
Alma en pena
Como consecuencia de no recibir los santos óleos, su alma no pudo descansar en paz. Se empezaron a escuchar extraños ruidos que salían del molino y de sus alrededores. Lo que aterrorizaba a los vecinos, era que los que pasaban por este lugar a la media noche; veían un bulto negro. La sombra subía por la tolva del molino y se sentaba en una piedra. Luego con una voz de ultratumba, lloraba y llamaba a los que pasaban por el lugar.
Naturalmente, nadie se atrevía a acercarse, todos intentaban escapar de la horrible aparición. Pero días después, todos ellos iban «secándose» hasta morir. Aquellos que no podían evitar pasar por este sitio a la media noche, miraban a otro lado, mientras, rezaban con devoción a todos sus santos.
El hijo del molinero
Un joven muchacho, hijo del molinero, una noche tuvo que quedarse en el molino. Las horas de la noche pasaban y el sueño se le hacía cada vez, más difícil de vencer. Además, el sonido de la piedra que giraba, parecía un arrullo para que se durmiera. Finalmente, el muchacho se durmió.
Según le leyenda quiteña, el niño miró en sus sueños que el bulto negro se deslizaba hasta llegar a una roca. El alma en pena, con su horrorosa voz empezó a llamarle. Le dijo que quería hacerle rico, para que él y sus padres tengan todo lo que necesitaban. Pero antes debía hacer algo.
-¿Y qué quiere que haga?, dijo el niño con mucho miedo, pero con decisión.
– Debes sacarme de este purgatorio, en donde me estoy quemando, por haber escondido mi plata y no haber ayudado a nadie. Esta noche cuando me veas, no te asustes. Yo te voy a indicar una piedra, debes cavar en ese lugar con la ayuda de tu padre. Ahí encontrarás una caja llena de dinero. La mitad será para ti y tu familia. Con la otra mitad, debes mandar a construir una capilla en mi nombre y ayudar a los más necesitados. Pero debes entender, que si no haces lo que te digo, vas a secarte y morir, al igual que los otros que no han acudido a mi llamado.
Promesa cumplida
Después de ese extraño sueño, el muchacho despertó asustado y conversó a su padre lo que el alma le había encomendado. Esa misma noche, los dos fueron al sitio, donde aparecía el fantasma. Esperaron, hasta que, de la bruma de la quebrada se pudo ver un bulto como una nube que fue junto a una piedra abandonada. Desde ahí se pudo ver la mano huesuda del alma, que señalaba una roca.
Cuando el alma se esfumó y el padre y el hijo, se recuperaron un poco del susto, se pusieron a cavar. La tarea no fue fácil pues, la señora había enterrado muy bien su dinero. Al fin después de pasado un buen tiempo, pudieron encontrar un cajón grande que al abrir, estaba llena de libras esterlinas y soles macizos de pura plata.
La familia del valiente muchacho, llegó a ser muy rica. Compraron una hacienda en el Valle de los Chillos y una hermosa casona en la ciudad. Además, claro, construyeron la capilla y ayudaron a todos los necesitados que pudieron.
No se volvió a escuchar ningún ruido, ni se volvió a ver ningún fantasma. La leyenda quiteña, cuenta que el alma en pena de la señora avarienta, pudo descansar en paz, con la ayuda del valiente jovencito, que se hizo rico y vivió con lujo y comodidad.