El
Lago de Colta, con su imponente calma pero una refinada crueldad, parece que quiere arrebatar la esperanza y el consuelo a los que miran con fe hacia el cielo.
A lo lejos, descansa un pueblito, lleno de gente buena, que ha sufrido más de lo que ha reído. En este lugar abandonado, la gente tuvo que acostumbrarse a costumbres que no eran suyas y a creencias en las que no creían.
De
1.571 a
1.575, cerca al Lago de Colta, había una cabaña, algunos decían que había sido hecha por diablos, porque no tenía la infraestructura típica de la zona. La casita era de madera en lugar de adobe, tenía dos entradas: una estaba junto a la orilla de un arroyo, y la otra daba a los bosques del lugar. Junto a la cabaña, un caballo y un perro, eran la compañía del dueño de casa.
El propietario de la vivienda, que llamaba la atención de los pobladores, era un personaje extraño; un hombre alto, de cabello y barba rojizos, ojos azules y tez muy blanca, aunque ya oscurecida por el clima. Se le veía caminar, acompañado de su perro, por el bosque recogiendo flores y plantas silvestres, las ponía dentro de una bolsa que colgaba de su cuello.
El «luterano» era Sibelius Luther un médico querido por los indios del sector
Sus visitas en busca de provisiones, a sitios más poblados como
Guamote y
Riobamba permitieron conocer más sobre este extranjero. Se llamaba
Sibelius Luther, era un médico austriaco, que llegó a tierras americanas, por un triste drama personal. Su esposa y su hermano lo habían traicionado y su dolor le hizo cometer un crimen pasional, en el que la víctima fue su propio hermano.
Este famoso médico en Europa, que era reconocido por desempeñar con gran eficacia su labor; dedicaba sus conocimientos a los indios y a personas necesitadas. Por esto, los campesinos, lo llamaban con cariño el
¨ Padre Blanco ¨ y corrían a besarle las manos cuando llegaba a sus poblados.
Sin embargo, los intereses del clero de la época y el adoctrinamiento al que estaban sometidos los pobladores de toda la América Latina, por la iglesia española, finalmente acabaron con el Doctor Luther.
Y así empezó su triste final…
Asistir a misa y a todos los oficios sagrados, era una obligación. Nadie se atrevía a desafiar este mandato por temor a la represión del santo oficio. A pesar de esto, el médico, no acudía a las ceremonias religiosas. Con este fundamento, los curas, empezaron a dudar del extranjero y además, vincularon su apellido, con la
Reforma Luterana, que desafiaba a la iglesia Católica.
Empezó a demostrarse el odio hacia Sibelius. Instruidos por los clérigos, los dueños de cualquier establecimiento, se negaban a venderle el pan, la leche o el vino. Nadie se atrevía a ser amistoso, así que no tuvo más que pedir los alimentos como una limosna.
Cierto día en Guamote, tuvo una discusión con una mujer. Luther, se acercó a pedir un pan; pero la dueña del establecimiento, le dijo que no le daría nada, sino lo pedía en nombre de Dios. El doctor, sólo se alejó con un gesto molesto y no dijo ni una palabra. En cambio la señora, empezó a dar gritos, diciendo que era un luterano, un hereje y que no quería oír el nombre de Dios.
Semejante acusación en aquella época, fue suficiente para que cualquiera que estuviera cerca, empezará a lanzarle piedras y a perseguirlo. El hombre montó en su caballo y acompañado de su perro, se dirigió a al Lago de Colta.
Este acontecimiento, no hizo que el ermitaño, dejará de ayudar a los indios. Prestaba auxilio a los indios, preparándoles medicina con hierbas y les daba consejos sobre siembras y cosechas. En una embarcación que él mismo construyó, salía en las noches de luna a remar en la grandiosa laguna.
El poder de la iglesia en la colonia
Los indios, adoraban al “
Padre Blanco” y le pedían que no se fuera de su lado.
Pero un desafortunado día, el Cura
Horacio Montalvan, supo que el luterano, había llegado a su jurisdicción y decidió ensañarse en su contra. Decretó la excomunión, para Sibelius Luther y para los que hablen con él. Además, ordenó que si se acercaba a un lugar sagrado debería ser apedreado.
En poco tiempo, la injusticia y el hambre hicieron estragos en su mente y empezó a inundarle la sombra de la locura. Montalvan, una vez lo vio por la calle y lo abofeteó, el doctor, tan débil como estaba, le dijo con firmeza –
Algún día cortaré esas manos que se levantan injustas contra mí…
Pasado un buen tiempo, ya casi olvidada aquella tarde, el 29 de Junio de 1.575, fiesta del Apóstol San Pedro, se volvió a saber de Sibelius.
La población se había preparado para las fiestas y en la iglesia todo estaba listo para los festejos. Los cantos, rezos y en el momento en que el cura Montalván, elevó la Hostia. Al que llamaban luterano, apareció, pero ya había perdido la razón. Agarró el brazo del cura, y le clavó las uñas con fuerza. Arrojó al suelo, la sagrada fórmula y sacó un cuchillo con el fin de cortar el brazo de Montalvan —
¡Ya no volveréis a ultrajarme ni a consagrar con esta mano maldita!…
De inmediato, los asistentes, acudieron al auxilio del sacerdote y con sus espadas acabaron con la vida de Sibelius Luther. Sus restos, no encontraron perdón ni comprensión y fue quemado en una hoguera, según decreto de la
Santa Inquisición.
Cuando ya todos se alejaron del fúnebre lugar, llegaron un grupo de indios del Lago, que con mucho dolor, entonaba frases lastimeras y cánticos de las cualidades del buen doctor. En un poncho habían recogido lo poco que quedaba del «Padre Blanco»
Lo mató el odio y la ignorancia de la época y el escudo de Riobamba nos recuerda a todos esta triste historia
En una olla de barro, depositaron los restos. Con la luz de la madrugada, llegaron al Lago de Colta, se reunieron los nativos, para realizar un triste ritual fúnebre de danzas, gritos, cantos y lloros. Finalmente, enterraron el preciado cofre, cerca de la laguna, para que el espíritu del “Padre Blanco”, se quedara con ellos y pudiera ir a las aguas del lago, en las noches plateadas de Luna
Felipe III, se enteró de lo sucedido en Riobamba y para perpetuar la memoria de los que habían defendido la fe, ordenó que el Escudo de Armas de la antigua Villa de Riobamba fuese; «Un cáliz con una hostia encima: dos llaves cruzadas y dos espadas, las cuales dejan en medio el cáliz y se juntan clavándose abajo en una cabeza de hombre».