En el tiempo en que los conquistadores españoles llegaron a América, tenían la prioridad de construir una iglesia para congregar a los fieles y educarlos en la fe Católica.
En la espléndida ciudad de Guayaquil, uno de los puntos geográficos más importantes durante la colonia, se levantó el templo de San Francisco en el mismo sitio que está hoy, por los años 1700.
Los sacerdotes dominicanos habían llegado para ponerse al frente de dicho templo. La leyenda que contaremos, relata la singular situación que vivió el párroco de la iglesia de San Francisco en Guayaquil.
El Párroco y su amor por las palomas de la iglesia
El fraile que protagoniza esta leyenda, era bondadoso y compasivo con todos incluyendo a los animales que veía indefensos. Su afición era alimentar y asistirá a las palomas, por este motivo, poseía un gran palomar, en el campanario de la iglesia y allí era donde pasaba su tiempo libre, dedicado al cuidado de esos animales.
Es probable que el párroco se haya dedicado tanto a sus palomas, que por eso, era poco comunicativo con las personas y respondía con simpleza y desinterés. Por ese motivo, la gente de Guayaquil, le decía Fray Simplón.
En el año 1726, la ciudad de Guayaquil sufrió un fuerte temblor que se sintió en toda la Audiencia, el movimiento, se debió a la erupción del volcán Cotopaxi. Como consecuencia de este desastre natural, muchas construcciones se vieron afectadas y las estructuras cayeron.
El Lic. Martin Bruno Sojo, que era el corregidor de Guayaquil, tuvo que realizar un recorrido por la ciudad para verificar los daños. Cuando llegó a la Iglesia de San Francisco vio que cuyo campanario había quedado seriamente agrietado.
Aunque la situación de la iglesia, amenazaba con destruir el campanario y la misma iglesia, Fray Simplón le dijo al corregidor:
Su excelencia, aquí no ha pasado nada, mire cómo se mantiene en pie el albergue de mis palomas. La simpleza del fraile que no se fijaba en el peligro de una caída del campanario, hizo que el corregidor se disgustara de tal manera que impuso un plazo de tres semanas para que el fraile arregle el campanario, de lo contrario lo demolería.
Fray Simplón buscó la ayuda de los guayaquileños
Es así como el fraile decidió salir a pedir limosna para reconstruir el campanario, pero los guayaquileños, estaban reconstruyendo sus hogares y poca atención le prestaron. Además, Fray Simplón, se veía tan tranquilo y calmado, que nadie imaginaba el calamitoso estado de la iglesia. Cuando se terminó la semana Fray Simplón, había reunido tan solo tres monedas, se dio cuenta que era muy poco para su cometido. Así que, levantó los hombros y confiado dijo: – Dios proveerá, con estas monedas voy a comprar comida para mis palomas. Y eso fue lo que hizo.
Pasados unos días, se presentó en la iglesia, uno de los fieles que era albañil. El fraile y el buen hombre, consiguieron afirmar la torre, en el poco tiempo que les quedaba para cumplir el plazo del corregidor.
El día en que llego el Lic. Martin Bruno Sojo, vio que el campanario estaba firme, y ya no tenía excusa para demolerlo. Inmediatamente invento una historia para amenazar al fraile, por el que sentía antipatía. Le contó, que esa noche tuvo un sueño en el que vio una legión de demonios, que llegaba para destruir el campanario sobre el fraile. A pesar de esta intimidación, Fray Simplón respondió: – Señor Corregidor no hay de qué preocuparse, por cada legión de demonios, hay un coro de ángeles.
El plan del corregidor Lic. Martín Bruno Sojo
Así pues, el Corregidor, más molesto por la respuesta del sacerdote, tomó una malvada decisión. Esa misma noche, envió a una cuadrilla de lacayos para que destruyeran el campanario.
Pero cuán grande fue la sorpresa de los trabajadores, cuando vieron que una bandada de palomas, en perfecto orden, llegó a la Iglesia y con sus picos recogían los escombros para colocarlos en su lugar. Según cuentan, esa fue una de las noches más oscuras de Guayaquil, pues las palomas cubrieron el cielo y no dejaron ver el brillo de la luna y las estrellas.
Por la mañana, el Corregidor fue a burlarse de Fray Simplón pero quedó desconcertado, al ver que en lugar de las ruinas, se levantaba una flamante torre, sin rastros de cuarteaduras. Por lo que preguntó totalmente alterado -¿Qué ha pasado aquí? A lo que el buen Fray Simplón, contestó con su habitual calma: -¡Fue el coro de mis ángeles, señor! Mis ángeles.