La iglesia provisional de las monjas Clarisas, fue robada. El tabernáculo y los copones sagrados con las hostias, habían sido extraídos de la iglesia. El templo estaba ubicado al pie de la quebrada de Jerusalén, que actualmente es la avenida 24 de Mayo, donde terminaba la ciudad.
El miércoles 20 de enero de 1649, todos los habitantes de Quito fueron llamados a la Catedral, el obispo les informó que unos ladrones habían cometido aquel imperdonable sacrilegio. Todos se dirigieron a Santa Clara, para conocer más sobre lo sucedido y encontrar a los ladrones.
En Quito, todos estaban atemorizados por el castigo divino que podría recibir el pueblo ante este pecado. Para evitar que la terrible peste caiga sobre Quito, españoles e indios realizaron procesiones y oraciones por las calles. Los quiteños llevaban imágenes de santos, caminaban arrastrando cadenas, algunos se daban azotes y llevaban a cuestas una cruz.
En esa época era obligatorio asistir a la misa diariamente a las 18h00, El obispo, ordenó que todos vistieran de luto. En la ciudad ya nadie conversaba, todos realizaban sus labores en silencio y con la vestimenta negra. Había pánico general, pues estaban seguros que una lluvia de fuego acabaría con la ciudad.
Se organizó una segunda procesión, con la esperanza de encontrar a los ladrones, pero no consiguieron localizarlos. Finalmente una indígena descubrió el sagrario y las hostias. Los delincuentes habían robado la caja del Santísimo, pensando que era de plata y que estaba llena de joyas y monedas. Al no encontrar el tesoro deseado, botaron todo a la quebrada y huyeron a Conocoto.
Cuando encontraron a los ladrones, las autoridades ordenaron el castigo más severo , debían ahorcados, arrastrados y descuartizados.
Para que estos acontecimientos permanezcan en la memoria de los quiteños, en el lugar en donde encontraron los objetos sagrados, construyeron una iglesia que es conocida como la Iglesia del robo.