I
Caran, undécimo Shiri de Quito
El viejo, se halla sumergido en una meditación profunda.
En vano los palaciegos investigan la causa que motiva el desaliento del anciano monarca; en vano le recuerdan sus victorias y conquistas: no consiguen deshacer una sola arruga de su frente. En vano inventan juegos en que hacen prodigioso alarde de destreza en el manejo de la lanza, de la macana y del dardo: no logran que aparezca una sonrisa en su fisonomía.
¿Qué tendrá el Shiri ? -se decían.-
Y ninguno podía resolver esta incógnita.
Una tarde, el príncipe se hallaba más sombrío que de costumbre. Un jefe caranqui se decidió á interrogar al soberano.
Tu pueblo está inquieto porque tú estás triste …. ¿Qué te aflige, oh soberano de diez provincias? Todos tus súbditos están dispuestos á dar su vida por obtener una sonrisa tuya…. ¡ Habla !
Caran Suspiró.
¡Oh! – dijo- Triste estoy en verdad. y no carezco de razón. Todos mis hijos han muerto, y sus tolas blanquean al sol en el campo sagrado. Me voy haciendo viejo y no teng-o sino una hija, . . . mi dulce Toa. A mi muerte, habrá discordias; este vasto imperio se dividirá y del sueño conquistador de once Shiris, no quedará nada. Tiemblo al pensar lo que sucederá después de mi muerte…. Aconséjame, valiente guerrero.
El jefe caranqui quedó pensativo.
– ¿Qué piensas?
-Digo que hay un remedio á tu mal.
-· ¿Qué remedio?
-Reune á todos los jefes de tu imperio: á los de Cumbayá, Otavalo. Cayambi, Ymbayá, Latacunga y Mocha; y proponles la derogación de la ley según la cual las mujeres no pueden heredar el trono.
Ellos aceptarán, y tu hija será quien reine después de tu muerte. . . . Elegiremos un esposo para Toa. y todo irá bien.
El viejo Shiri, había escuchado atentamente.
En seguida dijo:
Bueno es el consejo y lo seguiré. Convoca pues, de orden mía á todos los príncipes tributarios, y dentro de una luna reúnelos en este mismo lugar.
Yo estaré aquí.
El caranqui se levantó, dispuesto á cumplir la orden que había recibido.
II
Este acuerdo llegó á conocimiento de Toa, la hija de Caran. Toa pidió audiencia á su padre.
Sé de lo que se trata, padre mío. – dijo-, y si por una parte ellos son libres para escoger al Shiri, yo por la mía. quiero serlo para elegir á mi esposo. Nada espero de ellos: todo lo es pe ro de tí.
Toa era una joven de veinte anos. Su belleza era celebrada en todo el imperio. Varios príncipes tributarios la habían pedido á Caran: ella rehusó siempre alianzas que su padre creía ventajosas.
A. m aba.
Un día, en una fiesta solemne á la cual habían concurrido todos los soberanos vecinos, vió á Duchicela, hijo del Régulo de Puruha.
Duchicela era hermoso. valiente, joven; diestro en el manejo de las armas. Nadie como él lanzaba con tánta habilidad el dardo; nadie como él manejaba la huaraca; nadie como él usaba el difícil instrumento de la huicopa: Toa vió á Duchicela y le amó.
He aquí por qué no aceptaba, no quería aceptar el esposo que los nobles pudieran ofrecerle. Duchicela ó nadie.
Caran aseguró á su hija que por ningún motivo se haría violencia á su voluntad. Esto tranquilizó á Toa.
Caran quedó solo.
Algún tiempo después entró el Caranqui.
Se han mandado postas á todas las regiones del Imperio, – dijo- , invitando á los príncipes á una conferencia, según tus órdenes.
Está bien – contestó el viejo rey.
Ha llegado un comisario de Condorazo, Régulo de Puruha, y quiere hablarte inmediatamente.
– Hazle entrar.
El comisario entró y saludó al rey de Quito.
-Era unjoven de veintiocho años, vestido con magnificenciá.
Bien venido, – dijo Caran -. ¿ Qué deseas ?
-Poderoso rey de Quito· Vengo en nombre de Condorazo, Régulo de la nación Puruha á ofrecerte amistad y alianza. Esta amistad, esta alianza. no dudamos que serán favorables á los dos pueblos …
Si el que tú gobiernas es más extenso y poblado, el nuestro es más fuerte y aguerrido. Nuestras relaciones con los Huancavilcas de las orillas nos han instruido mucho; los Régulos de Cañar nos han dado útiles lecciones: La unión pues, entre los reinos de Quito y de Puruha. no solo será particularmente favorable á cada uno sino que hará de los dos un
pueblo invencible. – ¡ Responde !
Caran había deseado siempre esta alianza; y así, no pudo menos que aceptarla.
Contestó pues, que nada era más agradable para él, que esa propuesta del Régulo de Puruha, y que podía considerar desde ese momento como aliadas
ambas naciones.
El enviado de Condorazo dijo entónces:
Mas, para que esta unión sea sólida, mi amo Condorazo exige una prueba de seguridad ….
¿ Cuál ? — preguntó Caran.
– Condorazo tiene varios hijos, y el primogénito Duchicela, es tan valiente como su padre. Quiere enlazarlo con tu familia, y por mi conducto pide para él la mano de Toa; tu hija.
Caran quedó pensativo.
-¿Aceptas?
-Acabo de ofrecer á Toa que por ningún motive la daré un e~po~o contra su voluntad. Déjame consultarla.
El enviado saludó profundamente al rey de Quito, y salió del palacio.
Duchicela, hijo mayor de Condorazo, espera el regreso del enviado con impaciencia.
Desde que ha visto á Toa, no piensa sino en ella… En vano su padre trata de animarlo y distraerlo; nada puede calmar la angustia de su corazón:
El valiente guerrero que ha hecho tembar las naciones vecinas, ama, y este amor le domina.
¡ Toa, ó la muerte ! había dicho á su padre. I Condorazo pidió la mano de Toa.
Ocho días hace que el enviado ha partido y aun no regresa. El padre y el hijo están solos. Duchicela se desespera.
No te aflijas hijo mío. – dice el Régulo. Si Caran desprecia mi alianza, si te niega la mano de su hija; talaré su territorio, destruiré s1:1s ciudades,
mataré á todos los habitantes de su imperio.
-Nada de violencia, padre mío …. La tierra que habita Toa es sagrada. Debo obtener su mano pacíficamente: Si así no me acepta, moriré.
– No morirás. Y o ly ofreceré tánto, que por muy alto que ponga el precio de su hija, haya de aceptar.
III
IV
Duchicela se pone en marcha. Sin decirlo á nadie, ni aun .á su padre, sale de su palacio y se encamina á la capital de los Shiris . . . Quiere ver á Toa. aunque muera en seguida.
Llega, y con asombro encuentra el pueblo reunido. Las avenidas del palacio real están llenas de gente …. La animación es grande …. Algo muy grave debe ocurrir.
Duchicela se acerca á los grupos de gente. sube al palacio real. y ve á Caran sentado en el trono.
A su derechct está Toa. resplandeciente de belleza: la esmeralda imperial brilla en su frente.
El viejo rey de Quito se levanta de pronto, y con voz tranquila, dice:
Príncipes y señores aquí reunidos: De conformidad con lo acordado con vosotros, queda derogada la ley que prohibe á las mujeres suceder en el imperio á falta de varones. En consecuencia, habiendo muerto todos mis hijos. y no quedando sino mi hija Toa, recaen en ella los derechos á la sucesión. debiendo reconocerla á mi muerte, como primer Shiri de la línea femenina, y tributarla los honores y obediencia que la corresponden.
Todos los principes ofrecieron cumplir la disposición soberana.
También es mi voluntad,- continuó el Shiri-, que la elección de un esposo hecha por mi hija Toa, sea completamente libre; sin que ningún príncipe
pueda oponer obstáculo.
‘l’oa miró á su padre con dulzura infinita y le envolvió como en una aureola de cariño.
Duchicela, entre tanto, nada oía: Estaba absorto contemplando la belleza casi sobrehumana de la hija del Shiri.
Los nobles, después de la declaración de Caran, salieron lentamente de la sala, quedando en ella solos, padre é hija.
¿He cumplido mi promesa, Toa?- preguntó Caran.
– Sí, padre mío.
– Ahora. debes tú cumplir la tuya: ¿ Cómo se llama el que amas ?
– Se llama Duchicela, y es el primogénito del Régulo Condorazo, de Puruha.
Una sombra pasó delante de ellos. Se detuvo, y con voz llena ele nobleza y dignidad. dijo:
Y yo. Duchicela. hijo mayor del Régulo Condorazo. he venido …. á obtener la mano de Toa ó á morir.
Toa lanzó un délbil grito y cayó desmayada en los brazos de su padre.
V
Dos meses después, Toa era la esposa de Duchicela. y por este matrimonio se obtuvo la alianza de los puruhas con los quitus, bajo la dependencia de estos; pero Caran se acercaba rápidamente al sepulcro.
Un día, llamó á Duchicela, v le dijo:
Te he dado mi hija Toa, y te he sentado en el trono de mis mayores. Procura conservarlo y extender y fortalecer el dominio. Un presentimiento doloroso me abruma: Veo la próxima ruina del imperio de los quitus.
-¿Por qué?
– Por lo que voy á decirte.
No hace mucho tiempo. un hombre de estas comarcas hizo un viaje muy largo. – Visitó la nación Puruha, vió luego á los Chimbus, en seguida á los Huancavilcas y Cañaris, y siguió adelante. . . Entonces vió una nación nueva, poderosa, agnerrida, con un soberano á quien llaman Inca. Hay allí grandes ciudades. El Inca habló al hombre de nuestra tierra y le hizo ver sus palacios y sus templos…. Temo, pues. mucho, que pretendan declararte la guerra esos pueblos: son más poderosos que nosotros …
– Nada temas, Caran; eso no sucederá.
– A sí lo deseo.
Ahora, un consejo: Procura obtener la alianza de los Chimbus, Huancavilcas Tiquizambis; has un solo pueblo. A una gran nación se opone otra gran nación.
Lo haré – dijo Duchicela –
– Está bien.
Pocos días después de este diálogo. Caran, undécimo Shiri de Quito, había muerto.
Condorazo por la elevación de Duchicela al Reino de Quito, quedó aliado á su hijo; pero era tributario.
Una noche, desapareció. Huyó á las montañas llamadas Collanes, abrió su sepulcro en la cumbre más elevada y se tendió como un titán, para siempre, en ese sepulcro de granito. Muchos años más tarde se encontró el esqueleto del Régulo en esa cumbre, y desde entónces llamóse Condorazo aquel monte.
Duchicela reinó pacíficamente, como Luis XIV, setenta años; le sucedió Autachi, su primogénito, que gobernó como Luis XV. también setenta años, y á este siguió Hualcopo Duchicela, en cuyo reinado comenzó la desmembración del Imperio prevista por Caran.
La familia de los Duchicela existió hasta fines del siglo XII. El último vástago de esa casa real de Qúito fue doña María Duchicela muerta en olor de santidad en 1700.
Doña María fue amiga de la venerable virgen Mariana de Jesús, y fundó en Quito una Casa de Huérfanos, obra en que invirtió toda la fortuna que
había heredado de sus mayores.
- Autor: Campos Rivadeneira, Francisco, 1879-1962
- Del libro "Tradiciones y leyendas ecuatorianas" imprenta Idea Libre 1911
- Fuente: Casa de la Cultura